miércoles, 12 de septiembre de 2007

MICRORELLATOS (I)



ONIRONAUTA

Al abrir los ojos aún la noche no se había acostado. El reloj marcaba la hora exacta de luchar contra su infernal ruido. Todo preparado. Algo resultó extraño cuando sonó una dulce y simpática melodía. La cocina, excesivamente radiante, era más hermosa que nunca bajo los tenues rayos lunares, y sin saber de qué se enorgulleció. La oscuridad brillaba en el cielo y las estrellas deslumbraban como pequeñas luciérnagas en la nocturnidad. Deseó volar y se alzó. Saludó a sus vecinos que disfrutaban de la brisa veraniega que llegaba con la huída del Sol y fue consciente en ese momento de lo mucho que adoraba sus viajes onironáuticos.

Pero era solo eso, un sueño.

BALAS,BALAS

Cuando los ojos tan solo oían, el pánico se apoderaba de sus brazos esmirriados y viejos de tan estresante juventud. Sentir como las lágrimas eran de sal porque ni agua les quedaba para fabricarlas era una continua punzada en el estómago.

¡No!

¿Por qué el hedor a infierno y desolación no llegaba a aquel otro mundo bizco que miraba para otro lado cuando decía llenarse de conmoción ante este tipo de miserias?

De nada servía. Ellos seguirán hoy cenando tranquilamente sus ricos platos de opulencia. No eran ni responsables ni culpables. Nosotros tampoco.

La ominosa ciudad ardía de decadencia y odio.

Todo ruido, pero en la mente solo Alberti y sus “balas, balas”.

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